El día de la entrega no es más que un trámite -una meta
volante, como dicen en ciclismo. La gracia de los diseños es que son como
nosotros, siempre en evolución. Que no son nunca perfectos, que no se acaban
hasta que se mueren y se entierran.
Uno de los primeros defectos que se aprecia en los alumnos
que empiezan a estudiar diseño es su prisa por “acabarlos”. Y ese defecto hay
que corregirlo cuanto antes. En el primer trabajo serio. Los alumnos primerizos
suele confundir el “trabajo de diseño” con el “dibujo de lo diseñado”, cuando
son dos cosas completamente distintas. Diseñar es la creación y perfección de
algo, y dibujar lo diseñado es como hacer una foto de lo diseñado hasta ese
momento.
Por eso, la “foto”, el “dibujo a presentar” al profesor o al
cliente, hay que hacerlo el día anterior a la fecha de la entrega, y no quince
días antes. Porque si lo tienes hecho quince días antes quiere decir que vas a
estar quince días sin diseñar. Y si te han dado treinta días y solo has estado
diseñando quince, malo. Mal. Hay que diseñar los treinta. O veintinueve, y el
treinta, hacer la foto.
El motivo por el cual los alumnos primerizos confunden lo
uno con lo otro es que la creación y perfeccionamiento de lo que se está diseñando
se hace también… mediante el dibujo. De ahí la importancia de distinguir entre
los “dibujos de trabajo” o pruebas, de los “dibujos de presentación” o fotos.
Si no hiciéramos dibujos de ensayo no podríamos corregir, y la corrección de
defectos es tan esencial en el proceso de diseño como el propio surgimiento de
las formas. O dicho de otro modo, la goma de borrar es tan importante como el
lápiz.
Diseñar es dibujar una y mil veces. O mejor dicho, mil y
una. La última, la de la presentación oficial. Y pensad aún, que ese dibujo
final tampoco será el último, porque en nuestro oficio, el proyecto es una cosa
y la obra otra, y en dirección de obra aún podremos cambiar y mejorar nuestro
diseño.