lunes, 2 de abril de 2012

35. OTRA IDEA DEL DISEÑO



Es frecuente oír que el diseño vende, que el diseño sirve para vender. Lo dicen los políticos que apoyan la existencia de esta escuela pública de diseño y lo habréis estudiado en Historia al hablar de los años treinta en América, después de la depresión. La idea de Loewry era que sin una buena presencia no ibas a ser competitivo, no ibas a entrar en el mercado. El diseño se convirtió de ese modo en una inversión más del empresario. Para sobrevivir en el duro mercado de abundancia de productos y competidores no basta con que el producto cumpla sus funciones, no basta que sea bueno y eficaz. Ha de ser, sobre todo, bonito, atractivo, seductor. Ha de tener el “plus” que le da… eso que llamamos diseño. El toque que le proporciona un “artista” del diseño. 

Pero esa idea del diseño, que viene del mundo del mercado de productos y de la seducción de la publicidad, y que parece ser la que guía al mundo de la moda, de los objetos y del diseño gráfico, 1) no encaja con los tradicionales valores de la construcción, llamados a la durabilidad (la firmitas vitrubiana) y  2) es excesivamente deudora o esclava de esa loca idea de que el mundo es un mercado competitivo de productos dentro de una “economía” de crecimiento” cada vez más depredadora del planeta y que seguramente nos lleva a un colapso mundial.

Hacer economías, en lenguaje castellano, no es vivir a tope, sino aprovechar lo que hay, ser moderado en el gasto, equilibrado, y hasta austero o ahorrador. Podríamos pensar entonces que en ese mundo de economía, de valerse con lo que hay, el diseño no tendría cabida, pero justo es todo lo contrario. Nada más necesario para hacer “economía de verdad”, que el diseño, porque diseño es también (y sobre todo), pensar las cosas con antelación, racionalizar un proceso, sacar el máximo provecho a cada metro cuadrado y a cada objeto existente.

Y cuando eso sucede, cuando se piensa en todo y se pone mucha atención a todos los detalles de lo que se va a hacer, las cosas encuentran su plenitud, resultan sencillas y naturales, no llaman la atención y están ahí como de toda la vida, siendo útiles, perfectas y bellas. Cuando eso ocurre es porque hay diseño de verdad. Aunque, sí, quizás sea menos vistoso que el otro... el de la espuma, el de la nata, el de los colorines, el de los celofanes, el de las ocurrencias simpáticas y chistosas que tan bien venden pero que tan pronto se pasan.