Es frecuente oír que el diseño vende, que el diseño sirve
para vender. Lo dicen los políticos que apoyan la existencia de esta escuela
pública de diseño y lo habréis estudiado en Historia al hablar de los años
treinta en América, después de la depresión. La idea de Loewry era que sin una
buena presencia no ibas a ser competitivo, no ibas a entrar en el mercado. El
diseño se convirtió de ese modo en una inversión más del empresario. Para
sobrevivir en el duro mercado de abundancia de productos y competidores no
basta con que el producto cumpla sus funciones, no basta que sea bueno y
eficaz. Ha de ser, sobre todo, bonito, atractivo, seductor. Ha de tener el
“plus” que le da… eso que llamamos diseño. El toque que le proporciona un “artista”
del diseño.
Pero esa idea del diseño, que viene del mundo del mercado de
productos y de la seducción de la publicidad, y que parece ser la que guía al
mundo de la moda, de los objetos y del diseño gráfico, 1) no encaja con los
tradicionales valores de la construcción, llamados a la durabilidad (la
firmitas vitrubiana) y 2) es
excesivamente deudora o esclava de esa loca idea de que el mundo es un mercado
competitivo de productos dentro de una “economía” de crecimiento” cada vez más
depredadora del planeta y que seguramente nos lleva a un colapso mundial.
Hacer economías, en lenguaje castellano, no es vivir a tope,
sino aprovechar lo que hay, ser moderado en el gasto, equilibrado, y hasta
austero o ahorrador. Podríamos pensar entonces que en ese mundo de economía, de
valerse con lo que hay, el diseño no tendría cabida, pero justo es todo lo
contrario. Nada más necesario para hacer “economía de verdad”, que el diseño,
porque diseño es también (y sobre todo), pensar las cosas con antelación, racionalizar
un proceso, sacar el máximo provecho a cada metro cuadrado y a cada objeto
existente.
Y cuando eso sucede, cuando se piensa en todo y se pone
mucha atención a todos los detalles de lo que se va a hacer, las cosas
encuentran su plenitud, resultan sencillas y naturales, no llaman la atención y
están ahí como de toda la vida, siendo útiles, perfectas y bellas. Cuando eso
ocurre es porque hay diseño de verdad. Aunque, sí, quizás sea menos vistoso que
el otro... el de la espuma, el de la nata, el de los colorines, el de los
celofanes, el de las ocurrencias simpáticas y chistosas que tan bien venden
pero que tan pronto se pasan.