martes, 12 de marzo de 2013

79. MICENAS



¿Qué busca el viajero inteligente en esa pequeña colina de ruinas que llaman Micenas? ¿Qué puede encontrar el estudiante de diseño que seguramente no sepa ver el turista convencional?


Si el estudiante de diseño hubiera olvidado (y según comprobamos este curso, lo había olvidado) que Micenas fue la patria y reino de Agamenón, uno de los héroes de la guerra de Troya que Homero contó en los versos de la Iliada, bueno será que repase sus apuntes de bachillerato o los amplie con la abundantísima información que puede encontrar en la red. Porque a ese puñado de piedras en ruina se ha de ir, fundamentalmente, a rendir culto al primer libro, a los primeros héroes, a los primeros mitos escritos de la historia.

Pero como las ciudades de los héroes de aquella mítica historia habían caído en el olvido y la ruina, y durante siglos no hubo más restos que las ediciones del viejo libro, también se ha de rendir tributo (o cuanto menos recuerdo) al "historiador" que en el siglo XIX redescubrió los restos de Micenas para la modernidad, es decir, al alemán  Heinrich Schliemann.


Sólo con eso ya estaría justificada la visita porque... mucho, mucho "diseño", no parece que puedan dar unas ruinas tan viejas y primitivas ¿verdad? Y sin embargo...

Sin embargo..., en Micenas podemos reconocer y fijar para siempre los tres tipos de decoración de los que hablábamos brevemente en el pequeña lección 12 de este blog.


En la célebre puerta de entrada al recinto amurallado de la ciudad reconocemos ese gran dólmen o trilito que habíamos visto en Stonehenge, pero ahora decorado con un relieve misterioso en el que dos leones componen una figura simétrica en torno a una columna. El "trilito decorado" podríamos decir ahora, siendo esa decoración no otra cosa que un símbolo. Un símbolo fino y delicado, que contrasta poderosamente con la rudeza de la sillería ciclópea del muro. Cada vez que pensemos en la decoración simbólica, cada vez que tengamos que poner el nombre a una carpeta o a la fachada de un bar, nos acordaremos de esta primera puerta que exhibe con orgullo uno de los símbolos de la civilización que creció dentro, esa singular columna que veneran los dos leones exteriores.


Fuera del recinto amurallado y en la más noble y rica de todas las tumbas que se encontraron, y que por ello Schliemann adjudicó románticamente a Agamenón, nos fijamos que la puerta no está ya construída con tres gigantescas piezas de piedra sino que se abre sobre la sillería perfectamente trabada de los muros que lo conforman. Sin embargo, si nos fijamos bien, observamos que quienes la hicieron, labraron en las piedras de ese muro y también en la enorme piedra del dintel, algo así como el eco de la forma de la puerta, como para fijar para siempre en nuestro recuerdo y memoria eso que llamamos nosotros decoración analógica: ese pequeño gesto formal que repite o subraya una forma arquitectónica mayor.


La más leve, efímera o superficial decoración ornamental,  esa que tanto estigmatizaron los arquitectos "modernos" del siglo XX, ya no la podemos ver en la puerta de las tumbas pero la encontramos en alguna de las láminas dibujadas por los arqueólogos que se encuentran en el pequeño museo anexo al recinto. Los espigados de las columnas, o las cenefas del dintel pertenecen a ese tercer orden decorativo que Adolf Loos consideró tan primitivo que lo tomó como delito contra el progreso y la modernidad. Si Loos levantara la cabeza y viera el auge que están tomando los tatuajes ornamentales entre la juventud de comienzos del siglo XXI seguramente se llevaría las manos a la cabeza. Sea como fuere, oculto en una lámina dibujada redescubrimos también aquí el papel decorativo de los ornamentos que ya habíamos visto en tantos y tantos muros de la civilización egipcia.

Y Micenas ya no se nos olvidará nunca más.