De un tiempo a esta parte una de mis principales prioridades pedagógicas para con los alumnos de primero de diseño de interiores es que se inicien en el aprendizaje del trabajo individual y creativo dentro de un espacio colectivo y compartido. Es decir, convertir las tradicionales "aulas de proyectos" de la Escuela en espacios co-working.
Con la desordenada invasión de términos ingleses que acaece últimamente en nuestro lenguaje no había prestado yo mucha atención al término coworking hasta que una alumna de Cultura del Diseño colgara al comienzo de este mismo curso un post muy interesante (enlace aquí) sobre la definición, características y algunos ejemplos concretos de ese nuevo tipo de lugar de trabajo colectivo con el que se pretende superar el tradicional concepto de "oficinas".
Tengo un pésimo recuerdo de las "aulas" de proyectos de la escuela donde cursé mis estudios de arquitectura. Eran unos espacios destartalados, abiertos y ruidosos donde recibíamos el encargo de un trabajo y donde de vez en cuando había gente apiñada en torno a un profesor y una pared donde alguien había colgado unos planos. El resto del tiempo la clase permanecía vacía o con corrillos de cháchara sobre cualquier temática ajena a la de proyectos. No creo que nadie nunca hiciera un proyecto allí. Ya siento decir que en aquel tipo de escuelas ni nos ofrecieron un espacio de trabajo ni nos enseñaron a trabajar en un espacio colectivo.
En la Escuela de Diseño de Logroño, el aula de proyectos había venido siendo el de una asignatura más de entre las cinco o seis que componen el currículo del curso con un horario de estancia muy inferior a los créditos exigidos para superarla, así que últimamente, en aquellas aulas (o talleres prefiero llamarlas) en que tenemos la suerte de que un solo alumno tiene una mesa propia para todo el cuatrimestre, hemos empezado a abrirlas a los alumnos para que las puedan utilizar como sus lugares de trabajo personal.
Pero en la bonita propuesta de los coworking que leíamos en el post de Dairén Bailo no se hacía mención de la educación y respeto que todo usuario de un coworking debe de tener para los compañeros de espacio (condición fundamental para que un espacio de coworking funcione), así que en el contenido de esta pequeña lección de diseño vamos a intentar subsanar esa carencia.
Y es que para trabajar en un coworking se necesita haber aprendido a trabajar en un espacio colectivo. Se necesita asumir un tipo de comportamiento que los alumnos de las aulas convencionales ligadas a la presencia del profesor no suelen poseer. Necesitan funcionar de una manera que podría resumirse en una norma sencilla universal: la del respeto máximo al trabajo de los demás. Un respeto que pasa por el escrupuloso silencio, o todo lo más, por conversaciones en voz baja que en ningún caso lleguen mas que como un susurro de fondo a los oídos de quienes son ajenos a ellas.
En ese respeto por el trabajo de los demás suelo decir a mis alumnos que tienen que revisar incluso las tradicionales normas de cortesía respecto a los saludos. Entrar a un espacio de coworking saludando, es decir, diciendo aquí estoy yo y mi llegada es motivo de que te enteres e interrumpas tu trabajo por ello, es la mayor falta de respeto y cortesía que existe. Y lo mismo a la hora de ausentarse del taller. Cuando uno está realizando su trabajo individual, tu llegada o tu salida deben de pasar desapercibidas para él. Ya advertirá tu presencia si le interesa cuando levante la vista de su trabajo, cuando se tome un respiro o cuando entre o salga del espacio coworking. Los actuales alumnos y futuros diseñadores tienen que entender que los espacios de coworking poseen espacios anexos de relación, sean salas de reunión, pasillos, el bar, o la entrada de la Escuela, donde entablar relaciones, conversaciones o debates que no interfieran el trabajo de los demás.
Si los alumnos de diseño aprendiesen a trabajar así desde el primer curso de su carrera, pueden tener por seguro que estarán muy por delante de muchos alumnos que en generaciones anteriores no han tenido ese tipo de pedagogía.