La primera valoración es la que tiene que ver con la homogeneidad conseguida. Si vemos en ellas anomalías de densidad en la repetición de los motivos, creando grumos y vacíos o haciendo evidentes los bordes del papel sobre la que se ha diseñado, vemos entonces que el concepto aún no se ha entendido
A partir de ahí normalmente valoramos las texturas por la gracia de sus motivos y por el éxito en la forma de tejerlos. Texturas, textos y tejidos son palabras con la misma raíz, con el mismo sentido. En vez de la “unidad” como valor de la “composición”, usaremos para las texturas la idea o la metáfora del “cuajo” de la leche o de las salsas: una textura es tanto más valiosa e interesante cuanto más "cuerpo" hayan hecho sus diferentes elementos.
Por ello es aconsejable trabajar siempre con al menos dos o tres motivos, unos principales y otros secundarios, de modo que hagan eco unos de otros o consigan rellenar el espacio de una forma homogénea y hacer una transición efectiva entre la presencia del motivo principal y el vacío del fondo. O incluso usando y mezclando subtexturas de diferente intensidad con la textura de motivos principales.
El paralelismo con el mundo de la música es evidente: un ritmo creado tan sólo por los golpes de un bombo es horriblemente soso y aburrido. Los creadores de las bases rítmicas que acompañan las melodías añaden a los golpes del bombo un segundo nivel de pulsos rítmicos obtenidos en las “cajas” o tamboriles, y por si no fuera suficiente introducen como tercer relleno el de los sonidos más finos producidos por los platillos o el “charles”.
Entendiendo las texturas de esta manera podremos valorarlas con más objetividad o diseñarlas con más referencias.
Una vez alcanzado un nivel de corrección en el diseño y realización texturas, es importante darse cuenta de que en un mundo de millones de texturas realizadas a lo largo de siglos, el problema no va ser tanto diseñar texturas cuanto usarlas y mezclarlas con las formas, con las composiciones.
A partir de ahí normalmente valoramos las texturas por la gracia de sus motivos y por el éxito en la forma de tejerlos. Texturas, textos y tejidos son palabras con la misma raíz, con el mismo sentido. En vez de la “unidad” como valor de la “composición”, usaremos para las texturas la idea o la metáfora del “cuajo” de la leche o de las salsas: una textura es tanto más valiosa e interesante cuanto más "cuerpo" hayan hecho sus diferentes elementos.
Por ello es aconsejable trabajar siempre con al menos dos o tres motivos, unos principales y otros secundarios, de modo que hagan eco unos de otros o consigan rellenar el espacio de una forma homogénea y hacer una transición efectiva entre la presencia del motivo principal y el vacío del fondo. O incluso usando y mezclando subtexturas de diferente intensidad con la textura de motivos principales.
El paralelismo con el mundo de la música es evidente: un ritmo creado tan sólo por los golpes de un bombo es horriblemente soso y aburrido. Los creadores de las bases rítmicas que acompañan las melodías añaden a los golpes del bombo un segundo nivel de pulsos rítmicos obtenidos en las “cajas” o tamboriles, y por si no fuera suficiente introducen como tercer relleno el de los sonidos más finos producidos por los platillos o el “charles”.
Entendiendo las texturas de esta manera podremos valorarlas con más objetividad o diseñarlas con más referencias.
Una vez alcanzado un nivel de corrección en el diseño y realización texturas, es importante darse cuenta de que en un mundo de millones de texturas realizadas a lo largo de siglos, el problema no va ser tanto diseñar texturas cuanto usarlas y mezclarlas con las formas, con las composiciones.