El uso y proclamación de la "razón" fue la vía que occidente eligió para escapar de la Iglesia y de los Monarcas. Y como expresión máxima de serenidad y mesura humana, la razón se abrazó al clasicismo. Malos tiempos por tanto para los artistas, esos seres originales y creativos, esos tipos vanidosos cuyo nombre iba a quedar empañado y diluido por la fuerza y sobriedad del lenguaje clásico. ¿Quién recuerda a Perrault, o a Silvestre Pérez?
Pero en torno al momento trágico y culminante del siglo de las luces, poco antes y después de la revolución francesa, es decir, en las postrimerías del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX, tres arquitectos franceses, BOULLÉE, LEDOUX y LEQUEU, se saltan todas las mesuras y ataduras del neoclasicismo para inaugurar una nueva era en la que la arquitectura podría volver a ser original, caprichosa, desescalada y sorprendente.
Le debemos a EMIL KAUFFMANN el descubrimiento, estudio y admiración hacia estos tres grandes arquitectos revolucionarios, como él les llamó en su obra. Pero Kauffmann vivió en la primera mitad del siglo XX, el tiempo del nacimiento de la modernidad, es decir, de un nuevo intento de mesura formal que pusiera fin a las tormentas eclécticas del siglo XIX, por lo que yo creo que la obra de estos tres grandes artistas debería ser revisada de nuevo a la luz de las arquitecturas gigantes y estrafalarias que se han construido en la segunda mitad del siglo XX.
Los monstruos levantados en nuestras ciudades durante las últimas decádas, digo yo que tienen mucho más que ver con esa libertad artística que inauguraron los tres arquitectos revolucionarios que con la limpieza formal por la que Kauffamn quiso emparentarlos con los arquitectos de su tiempo.