Los profesores de diseño de interiores (y seguramente también los de producto) deberíamos encender una luz roja de alarma cada vez que un alumno nos hiciera esta pregunta. Ponemos un ejercicio de diseño, por ejemplo, decorar un pilar. Los alumnos imaginan formas y luego vienen con el dibujo al profesor preguntando: ¿esto, se podría hacer? ¿con qué lo podría hacer?
Ultimamente echamos pestes de los ordenadores que dibujan formas complejas y extravagantes que nadie sabe de qué se harán y cómo se construirán, pero el primer enemigo, el origen de este problema de mala educación en diseño es tan elemental como un lápiz. En cuanto empezamos a dibujar una forma sin pensar en los materiales y en sus procesos de elaboración y transformación o puesta en obra, estamos yendo por mal camino.
En sus propuestas más radicales de metodología del diseño, Christopher Alexander propone proyectar la arquitectura sin recurrir a dibujos, y en parte no le falta razón. No deberíamos dejar que los alumnos proyectasen desde el dibujo hasta que tuvieran interiorizadas las características de los materiales de construcción y decoración, y sus posibilidades formales. Porque de lo contrario (es decir, tal y como venimos haciendo las cosas) vamos a tener que estar encendiendo la luz roja de alarma continuamente.