Una de las razones por las que me he puesto a escribir estas PEQUEÑAS LECCIONES DE DISEÑO es porque, a excepción del MANUAL DE CRITICA DE LA ARQUITECTURA, durante los más de veinte años mi docencia apenas he tenido tiempo de escribir nada relacionado con ella. Hace unos días, sin embargo, encontré en la Biblioteca de la Escuela un pequeño catálogo de una Exposición Colectiva de Profesores de la Escuela celebrada en noviembre de 1992, y me sorprendí al encontrar que el texto de la presentación lo había escrito yo (!). Aunque ahora sería bastante más escueto en mi expresión, lo transcribo tal cual por la ilusión que me hace recuperar algo así como una "pequeña vieja lección".
Una exposición del quehacer plástico de los profesores de una Escuela de Artes Aplicadas encierra cuando menos una contradicción que es preciso plantear con claridad para que, por lo menos, la contradicción no lleve al equívoco.
Como es sabido, el tajo de la Ilustración divide la historia de la enseñanza en dos grandes capítulos: aquel en el que el discípulo aprende lo que el maestro sabe hacer, y aquel en el que el alumno es instruído en las materias y razonamientos que le imparten no uno, sino una pléyade de profesores diferentes. Y mientras que en el primer modelo, llamémosle "medieval", la dependencia entre el discípulo y maestro es tal, que en ciertas especialidades se llegó incluso a relaciones que podíamos llamar de esclavitud, en el segundo, al que podemos llamar "ilustrado", es sólo la razón del profesor y no su status el que establece las condiciones de la relación. En consecuencia, el sentido de las enseñanzas del primer modelo es del tipo "imitativo" y en él, el proceso creativo deviene "evolutivo", mientras que los procesos creativos del segundo modelo de enseñanaza son abiertos y el papel del profesor deviene esencialmente "crítico".
También es sabido que las Escuelas de Artes Aplicadas nacieron sobre otra evidente paradoja: la de transmitir los oficios medievales en trance de definitiva desaparición mediante un modelo educativo ilustrado. La historia de los éxitos, fracasos y evolución de estas escuelas nos llevaría a dilucidar hasta qué punto la esencia de un oficio va ligada a su modo de transmisión.
Lo cierto es que medio siglo después de la creación de las Escuelas de Artes Aplicadas, una escuela alemana, la Bauhaus, tras unos titubeos iniciales de su directos, se dedicó por fin a resolver la paradoja decantándose por el servicio a la industria, de modo que el diseño, es decir, el "proyecto del objeto", sustituyera definitivamente al oficio de su producción artesanal. Una escuela de masas, es decir, una escuela ilustrada no puede transmitir oficios, no puede enseñar por imitación y no puede ser ajena a la producción industrial, hija, así mismo, de los logros de la edad de la razón. Una escuela de masas, es decir, de profesores y alumnos y no de maestros y discípulos, sólo tiene sentido en la aceptación de la apertura creativa y en la racional utilización de un método crítico. Otra historia, otra paradoja, resulta cuando la homogeneidad (o la chifladura) de un profesorado propende a lo que se ha dado en llamar la creación de "una escuela" o una "tendencia", es decir, cuando los profesores se convierten en misioneros de su propia obra.
En una época como la actual, en la que la fragmentación ya no sólo es una garantía del uso de la razón sino más bien un principio de gobierno sobre una sociedad desorganizada (algo así como un revival del famoso "divide y vencerás"), es tan ilusoria cualquier tentación de crear escuela que los riesgos de una exposición colectiva de los trabajos de los profesores, son matemáticamente nulos.
Si por otra parte consideramos que la expresión artística de este siglo no es otra cosa que exaltación del subjetivismo, habremos de convenir que la presente exposición no es otra cosa que una fiesta, un acto lúdico más de nuestra particular Roma, una bacanal en la que por seguir los ritos de las fiestas de la decadencia, hay que acabar desnudos y correteando entre las columnas. Un acabar desnudo que por lo visto ya no es una sorpresa final sino algo que se impone desde el propio título de la fiesta.
Expulsados o no admitidos en las grandes francachelas que los Consejeros, los Ministros y los Concejales organizan en los museos y en los salones de sus gobiernos, cada uno hace la fiesta donde puede: un bar, una asociación de vecinos, una trastienda..., o hete aquí que en una escuela pública. Las invitaciones en este caso han sido cursadas a los profesores de las Escuela, pero simplemente por una varaición del programa y no por una intención docente. Mañana los invitados podrían ser los de la tercera edad, los seminaristas arrepentidos, las amas de casa, los propios alumnos, los magrebíes rinsertados, los fabricantes de figuras para el Belén o cualquier otro colectivo con un mínimo vínculo común que nada tenga que ver con lo que de su imaginación pudiera surgir.
Eso sí, lo bueno que tienen las fiestas es que son abiertas, y que aunque casi nunca ocurra nada, cualquier cosa puede ocurrir.
octubre 1992
Y de premio, la foto de la "obra" que expuse yo en aquella "fiesta". Foto en "blanco y negro" porque así es como se imprimía un catálogo de arte con los medios de hace tan sólo veinte años (!). Si por curiosidad, por querer copiarles (...) o por hacer unas risas, queréis ver la obra de otros profesores en aquel año, tenéis dos ejemplares de ese "cataloguito" en la Biblioteca de la Escuela.