viernes, 24 de mayo de 2013

91. PALLADIO



Fijaros bien en la coincidencia temporal porque me parece que es un dato muy relevante: mientras que el "renacido" arte de la arquitectura de los grandes "artistas" se ponía al servicio de Dios y de la Iglesia en esa magna operación de imagen que los Papas realizan en Roma (y que vimos en la PLD anterior), en una esquina de lo que hoy llamamos Italia, en el Véneto, un grupo de aristócratas reunidos e inspirados por la filosofía griega apuntan en un sentido completamente diferente: el de hacer que el arte de los artistas enaltezca al hombre. Por decirlo de una manera metafórica, mientras en Roma los grandes artistas construyen para Dios, en Vicenza se construye para la humanidad, y esa casa que vemos ahí arriba, la villa Capra o villa Rotonda, podría ser el primer símbolo de un nuevo vaticano del hombre. 


Andrea di Pietro de la Gondolla (1508-1580) fue el excepcional artista que hizo realidad todas las aspiraciones de ese círculo de aristócratas filósofos (Giangiorgio Trissino, Alvise Cornaro, Daniele Barbaro, etc) que le apoyaron y le encargaron diseñar y construir sus casas y palacios. 


Su creatividad, su finura, y su control del repertorio clásico y popular, parecen poner fin a los primeros excesos manieristas en que derivaba el lenguaje renacentista y encarrilar la arquitectura en otra dirección.


En el mismo siglo en que el Arte de los Artistas realiza en Roma la obra máxima al servicio de Dios y su Iglesia, el arte de los artistas empieza a ser también, no ya un arte para Dios, sino un arte de los hombres y un arte para los hombres, convirtiéndose a la postre, en una nueva religión. Un desplazamiento del destino que no es fácil de imaginar en pleno siglo XVI porque las grandes monarquías de Europa serán las que primero se aprovechen de ello, pero que se hará evidente dos siglos después cuando en el llamado siglo de las luces el hombre se convierta en sujeto central de atenciones y derechos. 


miércoles, 22 de mayo de 2013

90. EL VATICANO



Un siglo después de la invención o del advenimiento del "artista" que vimos en la pequeña lección dedicada a Brunelleschi y Florencia, la Iglesia Católica se metió en una operación de relanzamiento de imagen como nunca ha sucedido en la historia. Ya no iba a ser toda una ciudad la que colectivamente levantase una catedral más. A la reconstrucción del Vaticano iban a ser llamados los mejores artistas. Y el mejor entre los mejores, Miguel Angel Buonarroti.


La apuesta por la ARQUITECTURA y por los nuevos artistas fue de tal calibre que a los Papas que querían cortar con la tumultuosa historia interna de los cismas precedentes no les importó cargarse la vieja iglesia paleocristiana de San Pedro fundada por los primeros martires de esta religión. La secuencia de la transformación puede apreciarse bastante bien en esos libritos de láminas semitransparentes que venden a los turistas.

Circo y basílica de Calígula y Nerón en el siglo I:


Ruina de ambas construcciones en el siglo III y sepulcros de mártires cristianos detrás:


Basílica de San Pedro comenzada a edificar por Constantino en el siglo IV:


Sustitución por el gran complejo arquitectónico construído en el siglo XVI:


El resultado de todo ello fue magnífico, incomparable.


El largo y complejo proceso de construcción de San Pedro del Vaticano no cabe en una pequeña lección ni en un capítulo de un libro de historia. Se mereceria toda una asignatura en cualquier programa de estudios de arquitectura.

Y en los estudios de decoración. Porque lo que nos interesa a nosotros como decoradores es entender cómo se puede controlar y humanizar en sus interiores el gigantismo de todo ese grandioso programa edificatorio.


Para ello deberíamos retroceder a otro artista y teórico del siglo anterior, Leon Bautista Alberti (1404-1472), y al programa espacial y decorativo de San Andrés de Mantua.


Pero eso también necesitaría del programa de toda una asignatura, y lo que se pretendía aquí era tan solo señalar que hubo un momento en la historia de la humanidad (momento que podemos situar en el siglo XVI) en que los poderosos Papas llamaron a los más grandes artistas de la arquitectura, la escultura, la pintura y la decoración, y que entre todos construyeron el más magnífico templo que imaginarse cabe a mayor gloria de Dios y de su Iglesia.


martes, 7 de mayo de 2013

89. LAS MANCHAS ABSTRACTAS



Uno de los ejercicios de clase de Fundamentos de Diseño que más satisfacciones me ha reportado a lo largo de los años ha sido el de "manchas abstractas". El ejercicio consiste en dejarse llevar por el capricho de la extensión de una mancha negra sobre blanco, recortarla, agujerearla y llevarla hasta los límites donde nos de la imaginación pero evitando en lo posible caer del  lado de la "figuración".


Muchas son las manchas que guardo en las carpetas de las memorias de cada curso señalando siempre la autoría de cada alumno, y es posible que algún día me anime a poner muchas de ellas  aquí porque además de un recreo para la vista y la imaginación serán siempre una buena lección para generaciones venideras.

Pero, de momento, las imágenes que pongo hoy son de un año en que se nos ocurrió decorar con nuestras manchas abstractas la sala central de la Escuela para la fiesta de Carnaval, sacándolas de la escala del trabajo de clase (probablemente DINA3) y extendiéndolas por todas las paredes. Fue en el curso 1991-92.





jueves, 2 de mayo de 2013

88. BRUNELLESCHI



Dos o tres cosas me interesa contar aquí sobre Filipo Brunelleschi (1377 - 1430) para que no las olvidéis. La primera es que con Brunelleschi se acaba el periodo de incertidumbre sobre la autoría de los grandes (y pequeños) proyectos de arquitectura que veíamos en la Edad Media. En la Historia de la Arquitectura del Renacimiento que empieza justamente con la obra de Brunelleschi, cuenta Leonardo Benévolo el famoso episodio del despido de los gremios de la obra de la cúpula de la catedral de Florencia por discutir sus órdenes, una anécdota que nos sirve para marcar un hito en la historia: la de la aparición del artista individual.

 

Esa grandiosa cúpula que emerge por encima del caserío de toda Florencia ya no será sólo la expresión del Dios católico al que se consagra la catedral. De ahora en adelante, la historia también glorificará al nombre del artista que haya sido capaz de crear y dirigir una cosa así.

La segunda cosa que podemos extraer del libro de Benévolo es que la obra por la que empieza a contar las aportaciones de Brunelleschi a la historia de la arquitectura no es otra que una pequeña sacristía de la iglesia de San Lorenzo, una obra que cualquiera que la vea dirá que es más una obra de DECORACION que de ARQUITECTURA.


Esto es muy importante para nosotros, los decoradores, tan estigmatizados como estamos por la arquitectura desde que los arquitectos nos lanzaron el anatema de que el ornamento era delito y que la arquitectura podría ser más pura y bella si prescindía de todo el aparato decorativo y se expresaba tan solo con las formas de sus volúmenes blancos o con las texturas de sus materiales. Sin el aparato decorativo clásico, recuperado de la antigüedad por Brunelleschi, la sacristía de la iglesia de San Lorenzo en Florencia sería poco menos que un desproporcionado cajón blanco con cúpula más otra cajita más pequeña y algo más baja para el altar. Probad a imaginarlo sin sus columnas y molduras.

Quizás en esta imagen del interior de la iglesia del Santo Espíritu que construiría después a la otra orilla del río, entenderemos mejor la continuidad entre el organismo arquitectónico de las columnas de la nave y el aparato decorativo que modula y esculpe los muros y capillas laterales.


Los cambios de época nunca se producen de la noche a la mañana, pero como en algún punto hay que poner el mojón, la elección de Brunelleschi parece tan acertada que no deberíamos de olvidarlo nunca.